miércoles, 28 de febrero de 2018

Maorí y las Guerras del Trueno

                Saludos. Hoy hablaremos del lugar más alejado posible de la Península Ibérica: Nueva Zelanda, o Aotearoa, como se llama en esta historia, y de sus habitantes, el pueblo maorí. En palabras del “Penguin History of New Zealand”, fueron el último pueblo en ser tocado por la civilización occidental. Comencé a estudiar a este pueblo mientras me documentaba para uno de mis relatos, que será publicado este mismo año por ediciones Evohé. Toda esa documentación es la que he usado para este artículo. Ha sido un largo viaje para un texto, sin duda. Un viaje que comenzó viendo por casualidad un partido de los All Blacks. Como sabéis, la selección de rugby de Nueva Zelanda interpreta una danza guerrera maorí llamada “Haka”. En su más de un siglo de historia, los All Blacks han interpretado varias, pero la más frecuente es una haka llamada “Ka mate”. Bien, pues todo esto empezó cuando busqué en internet el origen de dicha canción y… aquí estamos.
Aoteaoroa, la Isla de la Nube Blanca

                En primer lugar, veamos quiénes son los maoríes o, como se dice en su lengua, Maori. No hay registro escrito de aquellos días, pero se dice en los cuentos maorí que siete grandes canoas, los waka de los Grandes Padres,  llegaron a Aotearoa desde el este. Cada una de estas canoas dio nombre a las siete tribus originales. Aunque se desconoce a ciencia cierta, se calcula por los registros arqueológicos que la llegada de sucesivas oleadas de pobladores provenientes de diferentes lugares de la Polinesia ocurrió entre los siglos IX y XIII. El idioma maorí puede rastrearse hasta las islas Cook e incluso Hawai. Según sus tradiciones, Maorí provienen de un lugar mítico llamado Hawaiki, a donde regresan las almas de sus muertos.

                Si bien hay rasgos culturales comunes con los polinesios, aquellos viajeros se asentaron en un lugar muy diferente a las islas de los Mares del Sur. Nueva Zelanda no tiene clima tropical, sino templado y húmedo, y muchas otras particularidades: no hay grandes mamíferos y de los pequeños, también hay pocos. Los nichos ecológicos tradicionales de estas criaturas fue ocupado, por caprichos de la evolución y gracias a su aislamiento, por las aves, de las que esta tierra tiene una variedad y una riqueza exquisita. Una de ellas, su símbolo nacional, es el precioso kiwi, el pájaro sin alas, por ejemplo. Pero había otras aves singulares: grandes aves emparentadas con los avestruces, pero más parecidas a un velociraptor con plumas, llamadas moas, que podían medir tres metros de altura y pesar más de 200 kilos. Y lo más alucinante era que había unas águilas llamadas Harpagornis moorei, que han sido la especie de águila más grande jamás conocida, y que cazaba moas. Guau. Si un ave primitiva de 200 kilos impresiona, su depredador debió de ser aún más terrorífico.  Estas aves habitaban los densos bosques, que no selvas, que cubrían casi toda Nueva Zelanda.

                He destacado estas aves porque precisamente es la relación entre los pobladores y este medioambiente la que determina los dos grandes periodos de la cultura maorí antes de la llegada de los europeos. El periodo inicial, o pre-Clásico,  abarca desde la llegada de los primeros pobladores hasta la extinción de los moas, allá por el siglo XV debido a la caza. En esta época, las tribus basaban su sostenimiento en la caza de estas grandes aves y los frutos del bosque,  al tiempo que comenzaban a despejarlo para realizar pequeños cultivos de un tubérculo dulce de la familia de la batata, llamada kumara. Y, ¿sabéis qué? La kumara llegó con los primeros pobladores, y son una  prueba de que la población de la Polinesia se originó en América del Sur, justo como sostenía Thor Heyardall, el de la expedición Kon-Tiki. La kumara era el otro pilar de su alimentación. Y tenían un proverbio que me encanta, y que los ancianos recitaban a los jóvenes para reprenderlos por mostrarse demasiado orgullosos: “La kumara crece bajo tierra y no presume de su dulzura”.

Para la escala: el moa mide 3 m. de altura
                El segundo periodo, o periodo Clásico, abarca desde el siglo XV hasta la llegada de los europeos en el siglo XVIII, aunque se sabe que hubo contactos previos con algún navegante español en el siglo XVI, y Abe Tasman llegó por allí también. En alguna parte he leído que hay palabras maorí que provienen del español, porque aquellos marinos dejaron su semilla en la isla, pero no he podido confirmarlo             Es en esta época en la que la cultura maorí tal y como la llegan a conocer Cook y los posteriores visitantes de la isla queda consolidada. De las siete tribus originarias se originaron otras muchas. Estas tribus, Iwi, determinaban la identidad del individuo de forma indisoluble. La unidad social inferior es el “hapu”, el clan, que se compone de varias familias o “whanau”. Estas familias incluían varias generaciones de familiares que compartían el fuego y una casa, o bien un conjunto de casas en las aldeas o en los poblados fortificados. Cada familia tenía asignadas parcelas de tierra, zonas de pesca y recolección, etc. Una tribu se componía de varios hapu, que ocupaban el territorio tribal para su explotación. . Los recursos, sin la caza del moa, escaseaban, y la dieta se basaba más en la agricultura de la kumara, que nunca fue demasiado productiva, los frutos del bosque  y la pesca.

                La sociedad tribal estaba jerarquizada: existía una nobleza, que eran los que podían trazar su parentesco hasta los Grandes Padres fundadores de la tribu; el pueblo común y los esclavos. En las familias nobles, los primogénitos eran de gran importancia, muy respetados,  ya fueran hombres o mujeres. El líder de cada tribu era el miembro de la nobleza con más prestigio, siendo este un concepto clave en su sociedad. El “mana”, el prestigio, era la más preciada posesión de un individuo. Se heredaba según la línea de ancestros, aunque las acciones individuales o el fracaso en la guerra podían hacer perder este prestigio y convertirse en un paria. La “retribución” era un concepto fundamental para no perder “mana”. Los nobles solían intercambiar regalos en sus encuentros. La “retribución” obligaba a regalar en la siguiente ocasión algo al que te había regalado, y normalmente debía de ser de más valor. Era aceptable, por ejemplo, posponer el regalo buscando que fuera mejor, por ejemplo, hasta la cosecha, antes de improvisar y regalar algo sin valor, porque eso acababa con el “mana”.

Whanau maorí
                Los maoríes no desarrollaron forma escrita. Por el contrario, tenían “decidores de palabra”, que memorizaban la historia y los linajes y eran capaces de recitarlos, siendo el vínculo de la tribu con el pasado. Aunque no eran los únicos polinesios que lo hacían, la imagen tradicional del maorí nos trae a la mente sus intrincados tatuajes o escarificaciones faciales, llamadas “Te moko”. Esas marcas situaban a un hombre en su tribu y lo emparentaba con su linaje. Las mujeres también se tatuaban la línea de la barbilla. También son conocidos por la danza guerrera, el “haka”. Los guerreros eran fieros, y se sabe que practicaban cierto canibalismo ritual. Alguna vez se comieron a algún europeo despistado.

                Como decíamos, al principio había tierra para todas las tribus, pero conforme la población crecía, diversos grupos familiares tuvieron que escindirse en busca de recursos. También hubo grupos desplazados tras ser derrotados en la guerra. Estos grupos podían prosperar, y si conseguían suficiente “mana”, podían convertirse en tribu y se daban un nombre. Seguían reclamando su parentesco con la tribu original pero poseían identidad política propia. En este periodo, la desaparición de la caza había obligado a la ocupación de territorios vecinos o coincidentes entre varios grupos, lo que aceleró la aparición de conflictos.

                En este ámbito, el capitán Cook llegó a Nueva Zelanda, lo que situó a esta tierra en la órbita del imperio británico. Pero fueron los balleneros ingleses quienes siguieron el contacto con los maoríes, pues necesitaban avituallarse. Y fue así, intercambiando ciertos objetos a cambio de comida fresca, algo aparentemente inocente, como se gestó una de las mayores tragedias que jamás viviera un pueblo. En los libros de historia anglosajones, pues apenas hay nada publicado en español, se llamó a este periodo “Musket wars”, las Guerras Mosquete. Para mi relato, elegí un nombre que imaginé que habría puesto un maorí: “las Guerras del Trueno”.

Las Guerras del Trueno

Hongi Hika, Waikato y Thomas Kendall
Bien, situémonos a principios del siglo XIX, en las costas de Aotearoa. Allí la población maorí había prosperado durante siglos y mantenía con frecuencia conflictos territoriales. Desconocían el metal y su tecnología armamentística se limitaba a lanzas cortas de punta de piedra y unas hermosas mazas de piedra (obsidiana y jade principalmente) en forma de paleta alargada. Si tenéis conocimientos de Resistencia de Materiales no podréis dejar de admirar, por cierto, la magnífica adaptación de la forma a la función a partir de un material pesado y con escasa resistencia a la tracción. En caso de conflicto, puesto que los guerreros también eran necesarios para los cultivos y la pesca, las campañas no podían ser largas. Y con las fuerzas equilibradas, la resolución de conflictos mediante la guerra no siempre era la mejor opción. Los maorí desarrollaron toda una serie de recursos diplomáticos para estos conflictos: intercambio de regalos, matrimonios políticos, duelos… Pero he aquí que los balleneros empezaron a llegar, y una de las tribus, los Ngapuhi, comenzaron a comerciar con ellos. Un día, ocurriría que algún jefe Ngapuhi, podría ser uno llamado Pokaia vería a algún marinero cazando algún ave con su mosquete. El poder de aquel arma lo impresionaría profundamente. Podemos imaginar que aquella noche, el jefe no dejaría de pensar en lo que había visto, y así decidió que en el próximo intercambio, el precio sería diferente: pediría mosquetes y municiones.


Barranco de Moremonui
                En aquellos días los Ngapuhi y los Ngati  Whatua tenían muchos conflictos y la lista de afrentas que listaban sus decidores de palabra no cesaba de crecer. Pokaia de los Ngapuhi y Taoho de los Ngati Whatua no cesaban de  enfrentarse en escaramuzas diversas. Pero Pokaia fue el primero en reunir algunos mosquetes y entrenar a un grupo de guerreros en su uso. Por fin reunió 500 guerreros y su nueva partida de arcabuceros,  y lanzó  una incursión contra los Ngati Whatua. Pero su entrada en su territorio no pasó desapercibida, y Taoho consiguió emboscarlos en el barranco de Moremonui. Allí, la poca práctica y su escaso número entre guerreros tradicionales no pudo influir en el resultado. Los Ngapuhi fueron derrotados, los “portadores del trueno” pakeha, muertos y decapitados de forma tradicional, tal vez incluso devorados. Y ahí hubiera terminado todo si a Taoho no se le hubiera escapado un joven noble Ngapuhi que huyó a los pantanos. Un joven que había visto caer a su tío y a sus hermanos en combate, y que mientras corría por su vida juró venganza sobre Ngati Whatua. Se llamaba Hongi Hika. Aquel día, el destino de todos los maorí quedó sellado.
Intercambio de mosquetes y comida
                Moremonui, en 1808,  fue el primer intento de romper el equilibrio tecnológico por parte de una tribu a través de la adquisición de bienes pakeha, o europeos. Y aunque no funcionó, Hongi Hika sí siguió creyendo que aquellos mosquetes se convertirían en algo decisivo. Y comenzó a romper los paradigmas de su pueblo. Comenzó a trazar planes a largo plazo. Pertenecía a la nobleza, pero necesitaba más “mana” para gobernar a todos los Ngapuhi. Y necesitaba a los europeos para conseguir sus armas. Durante seis años estuvo dirigiendo directamente los intercambios con los barcos en un enclave determinado, Bahía de las Islas, en territorio Ngapuhi. Se dedicó a hablar con los pakeha, a entenderlos, a comprender lo que querían. Para conseguir sus primeros mosquetes y otros bienes necesitaba excedentes, pero la kumara no bastaba. Consiguió de los barcos maíz, 
patata, cerdos para cría y otros cultivos, y comenzó a experimentar con ellos. Obligó a muchas familias a malvivir para criar cerdos y así consiguió sus primeros mosquetes. En 1814 se embarcó con los marineros hasta Sidney y allí conoció a los primeros misioneros. Ante ellos se presentó como un salvaje ignorante anhelante de conocer a Dios. Justo como sabía que los pakeha lo veían a él. Convenció al reverendo Samuel Marsden para que estableciera una misión en Bahía de las Islas, pues así podría generar un flujo comercial permanente. Y aunque Marsden se negó a comerciar con armas, sí le ayudó a introducir las herramientas de hierro en el campo y a mejorar sus cosechas. La de 1815 fue especialmente buena, y Hongi Hika vio incrementado su mana de tal manera que pudo convertirse en el jefe de todo los Ngapuhu.

Mapa de las Guerras del Trueno
                Para 1818, tenía suficientes excedentes para mantener más guerreros que sus vecinos, y esto le dio cierta ventaja en sus primeras incursiones. Comenzó a capturar esclavos, alterando las guerras de la guerra, pues no luchaba por la tierra, sino por tener más mano de obra. Hasta dos mil escalvos fueron capturados en las primeras acciones. En los dos años siguientes aumentó su producción y consiguió más mosquetes de los balleneros, a espaldas de los misioneros, para quienes Hongi Hika era tan “buen salvaje” que fue invitado por el reverendo Thomas Kendall a viajar a Cambridge, pues era de interés de la Corona elaborar el primer diccionario maorí. Hongi, el “exótico príncipe salvaje” se fingió honrado y aceptó encantado, y mientras los académicos anotaban las palabras para su libro, él intentó comprar más mosquetes. Conoció a Jorge IV, del que recibió muchos regalos (entre ellos una cota de malla que siempre usó desde entonces), pero ningún mosquete, así que a su vuelta, cuando llegó a Sidney los vendió todos salvo la cota, y adquirió 300 mosquetes y municiones. Y así regresó a Aotearoa, a lanzar la  Guerra del Trueno. Con aquellas armas, el  equilibrio quedó roto a favor de su tribu, y en los años siguientes lanzaron devastadores ataques que le permitió expandir su territorio y disponer de muchos esclavos y mucho prestigio.

                Pero sin poder evitarlo, no hizo sino comenzar una carrera armamentística que se dirigía a la tragedia. Para defenderse, las demás tribus comenzaron también a adquirir mosquetes, y comenzó un terrible círculo vicioso que degeneró en una espiral hasta el desastre: los mosquetes se compraban con comida; para tener más comida con la que comerciar hacía falta más tierra y más esclavos; más tierra y más esclavos implicaba campañas más largas y con más guerreros; más guerreros implicaba un recrudecimiento de los combates y más necesidad de alimento, y más mosquetes, y vuelta a empezar.  Durante diez años, las Guerras del Trueno sacudieron Aotearoa, agotaron los recursos, extinguieron a numerosos clanes, desplazaron a otros de sus tierras tradicionales y, a su fin, habían perecido entre un 20 y un 30% de la población maorí original. Y no terminaron debido a ningún acuerdo. Simplemente, combatieron hasta que ya no pudieron más,  las fortificaciones mejoraron y se adaptaron al nuevo estilo de guerra,  se agotó la comida, se empobreció la tierra y ya no hubo nada por lo que valiera la pena luchar. Pero para entonces, el mapa tribal había cambiado para siempre.

                Hongi Hika fue herido en 1828, cuando un disparo atravesó por fin su cota de malla que tantas veces le protegió. En su lecho de muerte, recomendó a los suyos que trajeran a más misioneros y abrazaran la nueva fe. El poder que había ganado momentáneamente fue desapareciendo conforme los mosquetes se fueron extendiendo, y el ocaso de su tribu llegaría poco después, víctima del mismo y peligroso juego que ellos habían empezado. De nuevo había equilibrio. Uno cimentado sobre miles de cadáveres.

                Gran Bretaña, en parte aprovechando el caos, y en parte sintiéndose responsable de todo aquello, decidió colonizar aquella tierra y traer la civilización. Los maorí y los británicos firmaron en 1840 el tratado de Waitangi,  que fijó el reparto de tierras, pero basándose en los nuevos límites tribales, no en los tradicionales anteriores a las Guerras del Trueno. Hubo miles de desposeídos de su territorio tradicional, por unos pocos años de guerra. Esto provocó enormes tensiones que estallaron a mitad de siglo, cuando en tierras maoríes se encontró oro y otros minerales, los británicos se saltaron los acuerdos y comenzaron las guerras maoríes. Allí fue donde los ingleses descubrieron hasta qué punto se había vuelto peligrosos los mosquetes en manos maoríes. Pero es otra historia…

                En mi opinión, lo que nos enseñan las Guerras del Trueno es que no hace falta que las personas hagan algo especialmente malo para que ocurra un desastre. En este artículo llamé a este efecto “paradoja del muerto en el salón”. Para los marineros era algo natural intercambiar bienes a cambio de comida, y los maoríes demandaron los mosquetes. Para estos, era legítimo solucionar querellas mediante la guerra, y una vez en guerra, lo normal es hacer todo lo posible para ganarla. El cambio de paradigma que provocó Hongi Hika fue una consecuencia natural de su acervo cultural más la nueva variable de las armas de fuego, que alteraron el equilibrio de un “ecosistema” aislado. Una tragedia solamente evitable dejando de ser quién eres y de hacer lo que haces. Un problema sin solución, creo.

                Hay rastros de estos acontecimientos, si bien no mencionados directamente, en otras historias que he leído y que tienen mucho que ver con el contacto entre culturas con diferente grado de avance tecnológico y esos “cambios de paradigma” que he mencionado antes. Recomiendo la lectura de “La voz de los muertos”, de Orson Scott Card, que aunque es un libro de ciencia-ficción explica muy bien esta situación. En serio. También recomiendo “El secreto de la diosa”, de Lorenzo Mediano. Ahí se cuenta con mucha maestría uno de esos “cambios de paradigma” en una tribu prehistórica.

                Y aquí viene donde cierro el círculo… ¿Recordáis que al principio os hablé de “Ka mate”, el haka de los All Blacks? Pues fue compuesto en esta época por Te Rauparaha en 1840. Este guerrero estaba huyendo de sus perseguidores cuando se escondió en un depósito subterráneo de kumara, esperando salvar la vida al despistar a sus enemigos. Al rato, la trampilla se abrió. De haber sido un enemigo, habría muerto, pero en cambio, fue un amigo suyo el que lo encontró y le indicó que podía salir. Mientras ascendía del hoyo, la silueta de su amigo se recortaba a contraluz en la abertura. Así nació “Ka mate”. La compuso el propio guerrero.  En mi relato aproveché esta historia y la introduje como parte de la acción. Esta es la letra traducida, que está introducida en un diálogo. Un homenaje al pueblo maorí.

¡Muero, muero!

¡Vivo, vivo!

Este es el hombre valiente

Que trajo el sol y lo hizo brillar

Un paso más, un paso más,

¡Arriba, arriba!
 

Maorí en los wargames históricos

Parece increíble, pero Phil Barker y Bodley Scott, en las listas de DBA y DBM, hicieron un  trabajo tan bueno que hay una lista para maoríes, que termina, justamente, en 1780. Estos dos nunca dejaron de sorprenderme. Para DBA es la lista IVXX, y tiene 12 peanas de 3Bb. No es un ejército táctico y su presencia es testimonial. Representan a los guerreros maorí armados con las mazas de piedra y sus jabalinas. Debe de ser precioso pintar maoríes, con sus nobles vestidos con capas de pluma de kiwi y sus formaciones. En DBM, estas peanas se clasificaban como Bd(F), que tenían las características de los bd, pero se movían 50 pasos más, como Aux.
 

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